Pendientes
A veces el pensamiento es como una pendiente escarpada. Los primeros pasos resultan simples, casi automáticos, pueden darse sin más esfuerzo del que requiere fijarse dónde colocar el pie para no tropezar con una hendidura en la tierra o una piedra resbaladiza. Pero la pendiente avanza y se empina, y de pronto ya no es tan fácil continuar, y tienes que detenerte para coger aire y estudiar cómo dosificar las energías que flaquean, y quienes te acompañan se rinden y se dan la vuelta, o quien se rinde y se da la vuelta y se va eres tú misma. A menudo, el descenso es agradable y liberador. Otras veces, sin embargo, una pregunta lo ensombrece: y más arriba, ¿qué habrá?
Estaba en la ducha la última vez que me sorprendí renunciando a seguir escalando la pendiente. No recuerdo sobre qué pensaba, pero seguro que era un asunto que desafiaba convicciones arraigadas, axiomas personales sobre los que he edificado deseos, preferencias, relaciones. En realidad, me cazo pocas veces en el instante del abandono de la pendiente, cuando lo que parecía obvio resulta no serlo tanto y una tras una desfilan ante ti ideas férreas, y examinarlas se convierte en un peaje para continuar ascendiendo. El proceso es extenuante, y quizás por eso el cerebro lo suspende sin pedir permiso. Además, para mantenerte en la pendiente es esencial saber que estás en ella, y eso casi nunca sucede.
Por suerte, hay autores que te acompañan en la subida de la pendiente y no te sueltan de la mano en ningún momento del trayecto. Leyéndolos, pensar resulta algo menos arduo que hacerlo en solitario. Da la sensación, incluso, de que te han cargado sobre sus espaldas para caminar ellos, seguros y firmes, porque ya han pasado por allí antes. Belén Gopegui es una de esas autoras. Leyéndola, sabes que conoce la pendiente por la que ahora te guían sus palabras. Te imaginas que probablemente la exploró con miedo, y que le agotaron los troncos caídos, la maleza invasora, los desvíos falsos que debió desandar. Surcar las páginas y la tierra movediza al lado de Belén es ampliar los límites de la verosimilitud, entendida no como aquello que es posible, sino como lo que nos permitimos pensar como posible. Este verano he subido con ella varias pendientes, y he llegado a las cimas exhausta y desorientada, como si una brújula interna hubiera dejado de funcionar. O como si se estuviera recalibrando lentamente.
No todos los autores te llevan a subir pendientes. Pero todos los que lo hacen —también Belén Gopegui— te enseñan lo necesario para subirlas tú sola cuando cierras el libro; para dar un paso más cuando lo que apetece es entregarte a la caída libre. Porque la libertad, si existe una poca, está en la otra dirección. Más arriba.
Hasta el lunes que viene,
Irene