Melocotonazo
¿De verdad hace ya un año del Brillante, la terraza al sol, el laberinto de Lavapiés?
Ahora me gustan los melocotones. Y las películas de Marvel. A mí, que no me sacaban de Filmin. Pantalla grande y pack gigante de palomitas, mitad dulces, mitad saladas, Guardianes de la galaxia III. En Mestalla, mejor pipas y bolsa de golosinas. Porque ahora también me gusta el fútbol. Aún no asocio dorsales con jugadores —solo el 36: Javi Guerra—, pero ya voy entendiendo cuándo es falta y cuándo fuera de juego. Al salir del estadio embuto mi mata rizada en un casco blanco, porque también he superado mi miedo a las motos. Acepté a la segunda y ya no me he querido bajar. De momento solo de paquete, pero tiempo al tiempo. El tiempo, que ha transcurrido veloz como un cometa: ¿de verdad hace ya un año del Brillante, la terraza al sol, el laberinto de Lavapiés? Doce meses ya, y aun así navegar en una sorpresa inagotable, seguir sosteniendo, como un jarrón precioso, la certeza del hallazgo cotidiano. La novedad de la novedad. No me asusta: me divierte. Me hace feliz, me hace sentirme honrada esto tan insólito. Como descubrir otras maneras de programar la(s) alarma(s) —dos o tres, postergar, desactivar si es, ahora sí, domingo—, o de querer a los gatos, de planificar viajes, de cocinar pasta. Ahora como menos pimiento y menos cebolla, y si ponen aceitunas en el Urban me las quedo todas yo. Ah, y los tequeños siempre, porque el queso sí —y los embutidos del mercado—. Leo más cómics. Escucho más cantautores españoles nacidos en los setenta. Envío más stickers de gatitos. Y de corazones. Y de gatitos con corazones. Y los audios de ese chat los escucho siempre a 1x. Me pongo pendientes de piruleta de corazón y del monstruo de las galletas. Me sonrojo, me sonrojo mucho. Lo que gasto en cenar fuera supera a lo que gasto en libros, y me da igual. Reconozco el olor a Moussel y el sabor a rollito de canela. Reconozco algunos rostros, pero cada semana aparece uno nuevo, o dos, y vuelvo a rendirme ante la novedad de la novedad, que no sospechaba —yo: en alto porcentaje rígida y controladora— que me gustaría tanto, que me abonaría a ella y pediría más, pediría que por favor no se acabe nunca, como si fuera una droga benigna. Ahora miro unos ojos que tienen todas las edades y el tiempo se acelera o se suspende. Ahora soy prisionera de mis neuronas espejo y sonrío si sonríe y aprieto los labios si no se atreve a llorar. Ahora, y todos los días anteriores, me estremezco pensando en hace un año, en lo que estuvo tan cerca de no ser y al final fue. Y echo de menos al minuto y cada minuto —me gusta, es bonito echar de menos—. Pienso cómo le contaré esto y lo otro, soy más osada cuando escribo, arriesgo, salto, y aunque estuvo aquí desde el principio, ahora me pongo un poquito más nerviosa cuando envío cada Próxima estación.
Hasta el lunes que viene,
Irene