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La India indescifrable
«Viatjar és aventurar-se i de vegades és encara més aventura la companyia. Els viatges poden ser deliciosos, inoblidables, tan bonics que el seu record quasi ens mata de nostàlgia, però poden ser també desastrosos, fins a tal punt que fem tot el possible per esborrar-los ràpidament, com si mai no hagueren existit». Amèrica endins, Lourdes Toledo (Bromera, 2018).
El otro día leía a Lourdes Toledo en su Amèrica endins, el testimonio de los tres años que la escritora valenciana pasó en Santa Fe, Nuevo México (Estados Unidos), dando clases en una escuela pública. El fragmento anterior me hizo detenerme un momento y preguntarme qué compañías insufribles he soportado yo en mis viajes. Llegué a la conclusión de que, en realidad, la compañía más molesta ha sido la mía propia, sobre todo cuando he viajado sola. No siempre, claro, solo cuando se me ha ocurrido escaparme a otro país o recorrer en solitario rutas de varias semanas en mitad de tormentas personales que, por suerte, el viaje siempre ha logrado remendar un poco.
Que yo recuerde, nunca me he peleado con compañeros de viaje ni he acabado tan harta de alguien como para decidir prenderle fuego al plan y separar caminos. Quizás porque siempre he intuido que no se puede recorrer mundo con cualquiera, he sido prudente a la hora de escoger con quién compartir los sobresaltos que irrumpen en todo viaje mínimamente interesante, en especial los que tienen como escenario países cuyos códigos y costumbres se parecen muy poco a los nuestros. Como la India.
Amèrica endins devolvió a mi memoria el diario de la India, país que visité con mi amiga María entre junio y julio de 2015. Siempre escribo cuando viajo: me gusta saber que mis recuerdos están a salvo en los cuadernos que reservo expresamente para cada viaje. En nuestro primer cumpleviaje le envié a María la transcripción en Word del relato, escrito originalmente en un cuaderno que, de hecho, me regaló ella. Ocho años después he regresado a esas casi 30.000 palabras que narran encuentros improbables, hilarantes malentendidos y cientos, miles kilómetros en autobús y en tren. Aquí van algunos fragmentos, solo unos cuantos de mi minúscula e insignificante experiencia en un país que es casi un continente, un país inabarcable y a menudo indescifrable, la India.
16-6-15, Delhi
Aquí las calles están a medio arreglar, la gente grita, pita e interviene con familiaridad en la vida de los desconocidos, y a cada paso se percibe un olor distinto, pero todos, malos o buenos, son intensos y característicos, solo de aquí. Hay perros respirando arduamente en las sombras exiguas de las calles, niños descalzos que campan en grupo por entre las motos como si fueran adultos seguros de ellos mismos, puestecillos con aire de improvisación en los que uno no sabe muy bien qué es lo que están vendiendo, si es que venden algo (…) Sobre las 14 horas cogimos un tuk tuk que nos llevó a la estación de trenes. Un caos absoluto: aquí la gente debe de viajar más que en ningún sitio del mundo. Gente por todas partes y en todas las condiciones: tirada por el suelo, sentada, de pie, andando, en bici o en coche… Para entrar en la estación había que pasar el equipaje por unas cintas que yo creo que nadie vigilaba, y que engullían una maleta cada dos segundos. La aglomeración no solo estaba parada; también estaba en movimiento.
Estuvimos más de una hora esperando al tren, rodeadas de vendedores, chicos que nos miraban como si estuviéramos expuestas en un escaparate y niños que recorrían las vías (las vías, no los andenes) recogiendo botellas de plástico vacías que caían desde el puente que distribuía a los viajeros por andenes. Las familias se reunían en corros y se sentaban en el suelo con todas sus maletas; los niños dormían, comían o corrían descalzos. Hay una cosa que estoy aprendiendo en la India: las comodidades —cualquiera de ellas— son un lujo. Nosotras podemos pagarlas (vamos a hoteles, comemos en sitios relativamente higiénicos), pero eso no es lo normal, ni aquí ni en ningún sitio. Creo que es más normal tener siete años y recoger botellas de plástico que dormir en una cama cómoda cada noche.
Entrar en el tren fue una repelea total. La gente entra en vagones aleatorios, y muchas personas no tienen ni billete. Cuando, después de calores, empujones y prisas, conseguimos llegar a nuestras camas, nos dimos cuenta de que allí éramos muchos más de los que cabíamos en el compartimento. Pero nadie dice nada, ni siquiera aquel a quien le ocupan la cama.
19-6-15, Varanasi
Al salir del desayuno hemos pateado Varanasi. Se me olvidan miles de detalles, pero intentaré registrar algunos: niños subidos en bicicletas que compiten con las motos y los tuk tuk, tiendas y puestos de cualquier cosa sin nadie que compre en ellos (aquí parece que todos venden y nadie compra), monos saltando de tejado en tejado, vacas sagradas por toda la ciudad, cabras, procesiones funerarias, templos hindúes en cada esquina, gente de todo tipo (unos descalzos, otros con barbas y rastas y la piel negrísima, otros de blanco, otros solo con taparrabos)… Creo que empezamos a acostumbrarnos a los olores, pero, sorprendentemente, la pobreza me impresiona más que al principio.
Luego, de nuevo en los ghat, hemos visto una vaca muerta en el río siendo devorada por los cuervos. Caminando, hemos llegado al Manikarnika Ghat, que es el principal crematorio. Es muy sorprendente ver cómo hacen piras con los muertos, los colocan con sus telas encima de ellas y les prenden fuego (…) Me ha sorprendido ver a un hombre al que le tapaban la cara antes de quemarlo, y otro al que, ya medio quemado, se le veían los pies, como derritiéndose. La gente aprovecha las cremaciones para buscar entre las cenizas posibles dientes de oro de los incinerados; esto llama la atención casi más que las propias hogueras.
24-6-15, Khajuraho
Tras comer curry (como siempre) e intentar una y mil veces comprar los billetes (cosa imposible puesto que la aplicación no funcionaba bien y el wifi dejaba bastante que desear) nos metimos en una sala interior con aire acondicionado que tenía el restaurante para huir de los casi cincuenta grados de la terraza. Allí había un hombre tirado en el suelo que se sentó al vernos entrar. Poco después estábamos hablando con él y con el camarero que nos había atendido. No sé cómo, nos dijeron que lo que teníamos que hacer con ese calor no era ver templos, sino jugar a las cartas, y nos trajeron una baraja de póker con fotos de las figuritas de los templos de Khajuraho (nos costó 40 rupias). Nos pusimos a jugar al cinquillo y dos partidas después ya estábamos jugando con ellos (lo pillaron súper rápido). Fue muy divertido. María perdía todas las partidas y ellos se morían de la risa (…) Justo al salir de los templos se puso a llover de forma súper bestia y corrimos a refugiarnos en el Raja’s. Ahí seguían nuestros amigos… Como llovía tanto no nos podíamos ir, así que aprovechamos para estrechar la amistad con aquellos indios (…) Luego vino uno medio borracho a decirnos que le gustaba el vino Rioja (…) Ya eran las 21 o así cuando llegó otro que parecía un pirata o un asistente al Viña Rock. Se sentó a cenar y poco después estábamos todos hablando. Nos ofrecieron un alcohol que ellos disuelven en agua y que está bastante fuerte, sobre todo para la boca. También insistieron en que comiéramos sin preocuparnos por el dinero y nos dieron parte de la comida del pirata, que era curry de pollo y chapati (…) Al final nos dieron sus teléfonos. Uno nos dijo que nos acogería en Delhi y que sus invitados son sus dioses. Otro nos dijo que le llamásemos nada más volver a España. El camarero, por su parte, insistió en llevarnos a conocer a su familia a su pueblo esa misma noche: nos dijo que comeríamos curry de pescado y verdadero chapati y que nos haríamos henna en las manos y veríamos a sus hijos. El plan molaba, pero no sabíamos ni dónde estaba el pueblo, llovía y, además, el hotel cerraba a las once de la noche.
26-6-15, Jaipur
Nada más subir al bus ha venido el revisor con otro hombre a decirnos que nos cambiáramos a los asientos 1 y 2. Nuestra mentalidad desconfiada pensaba que nos intentaban engañar de alguna manera; hemos dicho que en nuestro tique no se especificaba el asiento, pero el tipo lo ha cogido y, tranquilamente, los ha escrito en el campo seats. Nos hemos negado a irnos y al final nos han dicho que nos quedáramos donde estábamos. Cuál ha sido nuestra sorpresa cuando hemos descubierto que los asientos 1 y 2 eran los más anchos de todo el autobús. Parece que querían ser majos y los hemos rechazado. Así que el karma nos ha castigado con un viaje largo, pesado y caluroso.
El viaje ha sido toda una experiencia (…) Las ventanas se podían abrir y, como el bus lleva un piso de camas (sleeper) encima de los asientos, de vez en cuando me duchaban los veloces escupitajos del señor de la cama de arriba, que se colaban por mi ventana. Al bus también entraban vendedores. Había una abuelita con su nieto a nuestro lado, y la abuela, casi al final del viaje, se ha puesto a comerse un polo. Estaba muy graciosa (…) Otra de las cosas que molan de ir en bus es que se escuchan los pitos de los camioneros, tuneados de tal forma que parecen atracciones de la feria.
28-6-15, Jaipur
En medio de nuestro recorrido por los bazares nos sentamos en un jardín que bautizamos como el parque del apocalipsis, porque estaba lleno de basura y de gente tirada en el suelo durmiendo como si una semana atrás hubiera estallado una bomba atómica o algo así. Allí vimos una ardillita muy graciosa que, para escapar del calor, se aplastaba en el suelo y estiraba cada extremidad hacia un lado distinto.
Aún continuamos teniendo nuestra mentalidad occidental que busca parques cuidados, autobuses cómodos y habitaciones limpias. Creo que ya no es tan exagerado como al principio, pero aun así me sorprende lo ingenuas que podemos llegar a ser en ocasiones, cuando esperamos absolutas imposibilidades de este país.
30-6-15, Amritsar
Nada más subir al tren conocimos a los dos hombres sentados delante de nosotras. Eran súper simpáticos y uno de ellos hablaba muy bien inglés. Eran brahmanes, uno hindú y otro jainí, y trabajaban juntos vendiendo e importando cocinas italianas. Hablamos durante dos o tres horas de muchas cosas; nos invitaron a comida e incluso nos compraron una especie de lassi frío de un vendedor del tren. Luego nos preguntaron si teníamos religión y no entendieron que no la tuviéramos. Aquí parece que les da igual en qué creas, siempre que creas en algo. Nos preguntaron a qué atribuíamos, entonces, el hecho de que perdiéramos o cogiéramos el tren por un segundo, y a quién le rezábamos cuando queríamos pedir algo. Incluso creen que las «intuiciones» (como pensar que una persona es buena o mala) vienen dictadas por un dios. Creo que las próximas veces diremos que somos cristianas, porque de verdad, no les cabe en la cabeza que alguien no sea religioso.
Nos preguntaron también por la tomatina de Bunyol y por fin descubrimos por qué tanta gente la conoce aquí: resulta que hay una peli de Bollywood en la que sale, además de aparecer una especie de danza flamenca y los Sanfermines. La peli transcurre casi toda en España y mezcla un montón de elementos y tópicos de la cultura: normal que los indios estén súper confundidos con respecto a ella.
6-7-15, McLeod Ganj
Hoy es el cumple del Dalái lama y teníamos entradas para una fiesta en su honor en McLeod Ganj. Hemos estado varios días bromeando sobre el tema, diciendo que era el propio Dalái lama quien nos había invitado (a pesar de que ahora está en los Estados Unidos), pensando en qué le íbamos a regalar (…) Allí hemos visto a Matt, un estadounidense que conocimos en el museo del Tíbet. Nos hemos sentado juntos en el auditorio después de una odisea para entrar; la gente estaba como loca.
La fiesta parecía un concurso de talentos, más que otra cosa. Ha cantado primero un grupo; eran canciones pastelosas y de sonsonete. Luego ha salido una mujer tibetana a cantar de forma muy extraña mientras se paseaba impasible por el escenario. También ha habido una bailarina (para mí la mejor) y un vídeo con fotos del Dalái lama de toda su vida, entre otras actuaciones. La última ha sido de una banda cuya cantante había fallado en el último momento, así que habían puesto a otra que tenía que leer las letras de las canciones en el móvil para poder cantarlas. La última canción (when I get older I will be stronger) ha entusiasmado al público, y de hecho tres chicas se han levantado de sus asientos y han bailado una coreografía súper chula y emocionante. Al final han sacado una enorme tarta al escenario y la han partido mientras todos cantábamos Happy Birthday al holiness Dalái lama. Para nuestra felicidad, la tarta estaba fuera del auditorio y estaba siendo repartida por miembros de Students for Free Tibet, la asociación organizadora del evento. ¡Así que hemos comido tarta del 80 cumpleaños del Dalái!
Luego nos hemos ido a cenar con Matt. Es súper interesante: tiene 36 años y vive viajando. Se financia vendiendo autógrafos de famosos por eBay (en la vida pensé que eso podía dar como negocio), sobre todo de jugadores de béisbol. Hace poco vendió uno por 6.000 dólares. Siempre tiene que estar atento porque, si alguno de los personajes cuyos autógrafos atesora se muere, el autógrafo sube de precio en eBay y puede venderlo por mucho más dinero.
12-7-15, Delhi
En la estación de Manali compramos los billetes y en seguida llegó el bus. Nuestros asientos estaban ocupados, así que elegimos otros de una fila de tres y allí nos encajamos.
La primera parada fue en Kullu, y fue tan larga que empezamos a desesperarnos. Las únicas mujeres en el bus éramos nosotras, y el resto parecían jóvenes borrachos, egocéntricos y/o maleantes (…) Delante teníamos a un musculado que no dejaba de ver fotos de sí mismo en el móvil y que en Kullu se puso a beber alcohol en una jarra (…) Llovía bastante, se estaba haciendo de noche y la carretera empezó a ser cada vez más estrecha. Para colmo, circulábamos al lado de un precipicio cada vez más pronunciado que daba al río embravecido de las montañas. Y, claro, el conductor iba como loco. Yo al principio tenía fe, pero poco a poco empecé a darme cuenta de que había peligro real. Hubo unos minutos en los que sentí hasta claustrofobia y que pensé seriamente en salir del bus cuando parara mínimamente, aunque luego tocara hacer dedo. María se estaba haciendo la dura para no echar más leña al fuego pero estaba igual de cagada que yo, como luego me confesó. Yo sentía incluso ganas de llorar, pero no quería armar un drama siendo que, además, todo el mundo estaba de lo más tranquilo.
Pensé que íbamos a morir y eso me hizo estar todavía más ansiosa. Al final, el chico de al lado me preguntó qué me pasaba y me tranquilizó diciendo que el conductor era un gran profesional, que 20.000 coches hacen ese trayecto diariamente y que India es un país famoso por sus conductores. No sé si fue la conversación o el descenso del número de curvas, pero poco a poco comencé a sentirme más relajada y María también. Ahora que ya no teníamos tan claro que fuéramos a morir hicimos promesas sobre cómo nos comportaríamos y qué haríamos en caso de sobrevivir al viaje. La verdad es que nos arriesgamos poco y dijimos cosas que ya pensábamos hacer.
El show nos sirvió para hacernos amigas del chico, Rakesh. En la siguiente parada nos trajo agua y zumo y no quiso que lo pagáramos. En la siguiente cenamos thali con él y sus tres amigos (todos estudiantes) y también nos invitaron. ¡Eran súper simpáticos! No sé qué hemos hecho últimamente para que el karma nos recompense con esto. Como muchos indios, no paraban de decir que éramos sus guests.
En el bus, Rakesh nos dio mucha conversación y nos enseñó música india. Luego, después de dormir un rato (fue muy gracioso ver cómo todos los «maleantes» se dormían y se quejaban si el conductor encendía las luces), me explicó por qué el vuelo a Madrid iba a durar menos que el de ida (lo hizo tras verme escenificar con las manos el movimiento de la Tierra y el del avión). En su parada (Chandigart) nos han vuelto a invitar, esta vez a chai, y luego nos hemos despedido. Como siempre pasa en este país, una mala experiencia (curvas) trae una buena (amistad). Es el karma funcionando.
Hasta el lunes que viene,
Irene